“¡Señor mío y Dios mío!” Juan 20:28
abril 14, 2018 § Deja un comentario
El evangelio nos narra que la misma noche en que los caminantes a Emaús regresaron a Jerusalén para dar a los discípulos la buena noticia de que Jesús se les había manifestado, el Señor apareció entre ellos con este mensaje consolador: ¡Paz a vosotros!
En el aposento se refugiaban diez de los discípulos (Tomás no estaba con ellos), los dos caminantes recién llegados y tal vez algunos otros seguidores de Jesús. Estrictamente ya no era la noche del primer día de la semana, sino las primeras horas (las de la noche) del día siguiente.
Jesús confortó a los suyos al identificarse plenamente mostrándoles su cuerpo con las señales de la cruz. Los discípulos estaban tan maravillados y llenos de gozo, que no podían creer que Jesús estuviera vivo, allí, entre ellos. El Señor entonces come delante de ellos un pedazo de pescado y degusta la miel de un panal que le ofrecen. Las bendiciones no terminaron allí pues soplando, les dijo “recibid el Espíritu Santo” y les envió, así como el Padre le había enviado.
De esta manera les abrió la mente para que comprendiesen las Escrituras, y la fe destelló en sus corazones. ¡Cuántas bendiciones en un solo momento! ¡Todo ahora cobraba sentido! ¡Renacía las esperanza! ¡La luz de Dios iluminó sus vidas nuevamente! ¡Cristo, su Maestro vive!
Pero por alguna circunstancia Tomás no estuvo allí . . . y no fue partícipe de estas bendiciones . . . .
Siguió en la zozobra, el temor y la tristeza que habían embargado a los discípulos. Le dijeron los demás que habían visto al Señor, pero él se rehusó a creerlo y puso fuertes condiciones para aceptarlo. Después de todo, ¿cómo desprenderse de tanto dolor y abrigar una esperanza tan sorprendente? Si esto no fuera verdad, la desesperación le abrumaría, su sufrimiento sería insoportable. ¿Por qué abrir la herida?
¡Qué amante y comprensivo es nuestro Salvador! En su amor condesciende con Tomás, y ocho días más tarde vuelve a manifestarse y le invita a tocarle para que se convenza de que él vive y crea. Ante esa prueba gloriosa de Cristo, Tomás cae de rodillas y hace la confesión que muchos otros hicieron antes que él, y que toda lengua hará en el día final: “¡Señor mío y Dios mío!”
Jesús expresa su aprobación ante la fe de Tomás y afirma que todos los que creen en él, aun sin las evidencias que fueron concedidas a Tomás, serán verdaderamente felices y bienaventurados. Jesús pensaba en ti y te llama a creer en él.
“Si confesares que Jesús es el Señor y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.”
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